lunes, 13 de agosto de 2007

Los anillos del señor y otros cuentos

Dicen por ahí que mi Yes, I do en la cerimonia civil sonó más como la expresión aburrida de quien se quita un peso de encima, antes que una señal de afirmativa felicidad. Pero objetivamente era complicado exhibir una sonrisa exuberante cuando se tiene sobre los hombros una serie de trámites engorrosos, aburridos y tediosos; cuando la ceremonia misma se ha extendido por demasiados minutos fuera de los límites de tolerancia, gracias a un funcionario pedante y amanerado; cuando faltan cuatro meses y medio de ahorros forzados y coordinaciones para la ceremonia religiosa; cuando todo esto no es más que una formalización de un status quo de casi una década de antigüedad. Aparentemente está mal visto ver las cosas con lógica y dar más peso a la sustancia que a la forma.

Dicen por ahí que hubiera sido bueno intercambiar anillos en el municipio; nadie me explica como se manejaría esto en la iglesia, en diciembre. Antes de entrar nos quitaríamos los aros, para entregarnoslos nuevamente ante el pedido del sacerdote? O compraríamos nuevos anillos (con los precios de los metales a los niveles más altos de todos los tiempos), dejando los primeros en algún cofre de los recuerdos? Absurdo. Como medida conciliadora, el día después, adquirimos unos de plata, con características de total provisionalidad, y que serán reemplazados por los definitivos durante la ceremonia religiosa. Nunca he tenido un anillo en la mano derecha; no estoy acostumbrado a su presencia en mis dedos. Lo primero que hago en la mañana es lavarme la cara, y me procuro un raspón en la nariz con el pequeño y criminal objeto plateado. Tengo la tentación de botarlo a la basura como represalia, pero me imagino que sería un gesto abominable para el público. Así que me abstengo y espero que la costumbre prevalezca.

Dicen por ahí que debería dejar de lamentarme de cuanto detesto mi trabajo, o decir que necesito unos meses de descanso para terminar mi próxima novela, o que preferiría estar en medio al desierto excavando ruinas ancestrales. No veo el problema en todo esto: mi disconformidad con ser un fuckin' burócrata no afecta en lo más mínimo mi desempeño como tal; al menos no por el momento. Pero creo tener el derecho a decir como preferiría estar pasando mi tiempo: por qué nadie critica a quien dice que le gustaría ir de viaje al Caribe?

Dicen por ahí que estar en completo desacuerdo con lo que profesa un sacerdote no es causal de remoción del mismo de la realización de mi ceremonia religiosa; que debería poner oídos sordos a sus palabras y limitarme a asentir con la cabeza de la forma más bovina posible; que debería fingir estar de acuerdo con los nonsense que quiere inculcarme. Pero yo no creo que el cine, la televisión, los videojuegos, la música, los chismes, la pornografía, las novelas licenciosas, en una palabra toda expresión de la libertad de pensamiento, sean obra del demonio y encarnación del mal absoluto. Simplemente quiero que alguien valide mi matrimonio según la tradición y las usanzas que sigue mi novia y las familias de ambos; al igual que cualquier trámite efectuado en dos naciones, cada una con su legislación. No entiendo; me parece algo simple y razonable, que cualquier oficiante con dos dedos de frente debería tolerar y aceptar. Lo absurdo a veces rebasa mi capacidad de comprensión.

Dicen por ahí que tendría muchas más ofertas de trabajo si no fuera tan selectivo en mis amistades y tan poco a la mano con las personas que conozco. Maybe. Pero si de algo puedo estar orgulloso, es justamente de poder decir que he confiado y confío en mis amigos ciegamente, justamente porque son pocos y a prueba de balas. Eso vale más que algún puesto en el futuro? No tengo la menor duda.

Dicen por ahí que debería dejar de quejarme en el blog y hacer algo al respecto. Estoy seguro que, antes o después, tendré que hacerlo.



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Y los incautos a la fecha son...